La audaz combinación de elementos empleados en la construcción del convento-hospicio agustino de Querétaro en 1728 y terminado en 1745, ofrece un resultado original, proporcionado y novedoso, que se convirtió en modelo para distintos edificios religiosos y civiles de finales del siglo XVIII y hoy se considera como uno de los monumentos artísticos más sobresalientes de México.