La comunicación persuasiva (la publicidad comercial, la propaganda política, las campañas de relaciones públicas de las grandes empresas) satura con sus mensajes el espacio público. Sabemos lo que estos mensajes persiguen: nuestra atención, nuestro dinero, nuestra adhesión... Es como si nos ordenaran: ¡Escucha! ¡Compra! ¡Apoya! ¡Calla! Pero no, el juego es otro: la respuesta ha de estar motivada en la libre elección del consumidor, del ciudadano, del lector o el espectador. El lado oscuro de la persuasión lleva al lector a reflexionar sobre el lugar que ocupa en ese juego en el que nos persuadimos unos a otros y cada quien a sí mismo.