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註釋

La etnografía, como plataforma metodológica y herramienta empírica fundamental de la antropología, ha trascendido los marcos de nuestra disciplina para convertirse en un recurso de gran valor en las investigaciones sociales de cualquier índole. En la actualidad, y desde hace algunas décadas, prácticamente todas las ciencias sociales la utilizan para alcanzar niveles de profundidad analítica, de comprensión fenomenológica y de construcción de marcos interpretativos, otrora desconocidos. Esto ha dado pie a replantear la combinación y complementariedad entre los análisis cuantitativos y cualitativos; entre las perspectivas que se preguntan por la causalidad y la intencionalidad de los fenómenos culturales; así como entre los datos estadísticos o macrosociales, y los datos casuísticos, que remiten a los espacios de la relación interpersonal e intercultural.


Para los antropólogos, la etnografía sigue siendo un tema de fascinación, sustentada en la determinación de vivir y pensar, en forma consciente, intencional, sistemática y reflexiva, la experiencia del otro. Estar en ‘el campo’, nos permite plantear y replantear las reflexiones relacionadas con la alteridad, con la diversidad y la naturaleza de lo humano; temas que están en el origen de nuestra disciplina. De igual manera, el ‘estar ahí’–literal o metafóricamente–, nos orilla también a realizar necesarios ejercicios de reflexividad para entendernos a nosotros mismos.


En su desarrollo, la antropología ha experimentado transformaciones importantes, desde las tempranas elucubraciones teoréticas de los evolucionistas y los registros etnográficos pioneros de Malinowski en las Islas Trobriand, hasta nuestros días. La intensificación de los debates teóricos, el llamado ‘giro simbólico’ de la antropología, la confrontación entre estructuralismo y posestructuralismo, la quiebra de los grandes paradigmas totalizadores, la diversificación de enfoques y la revaloración de los estudios descriptivos y casuísticos, han venido a replantear la importancia de la etnografía como recurso privilegiado del análisis cultural y social, haciendo patente la necesidad de su adecuación a las condiciones de la contemporaneidad, en un mundo crecientemente interconectado, heterogéneo y global.


Es así que desde finales del siglo pasado, los nuevos debates y derroteros del pensamiento antropológico han venido a rehabilitar y a buscar nuevas salidas a las viejas tensiones de la antropología, de las ciencias sociales y del pensamiento occidental, que se debaten entre los afanes nomotéticos e idiográficos, las perspectivas etic y emic, la universalidad y la relatividad, la estructura y el sujeto, el determinismo y el voluntarismo, la causalidad y la interpretatividad, el iluminismo y el romanticismo, la lingüística y la hermenéutica, la finalidad y la presencia. Ello ha impactado sin duda a la etnografía, como un ejercicio y un instrumento metódico que ha alcanzado carta de aceptación en todas las disciplinas que se ocupan de la sociedad, de la comunicación y de la cultura.


Pero se trata sin duda de una etnografía renovada y distinta, por sus alcances, recursos y requerimientos. Ya no se trata necesariamente de trasladarse por largas temporadas a lugares distantes y apartados; podemos y debemos hacer etnografía en espacios cercanos a nuestras viviendas, en las áreas urbanas, en nuestro propio medio social, con poblaciones migrantes y grupos que no por cercanos dejan de ser profundamente distintos entre sí. Contamos con elementos tecnológicos sofisticados para hacer registros audiovisuales sin mayores dificultades; algunos antropólogos han sustituido la libreta de campo por el Ipad o el microprocesador; las redes virtuales nos permiten entrar en contacto con los grupos más diversos y comparar la interacción en esos espacios, con la que surge de la relación cara a cara.