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La Cruzada del Odio
註釋Cuando se hable de brujas, en el imaginario colectivo, aparece una mujer vieja y de repulsivo aspecto con largas greñas grises quem montada en una escoba, surca los cielos nocturnos con otras compañeras de su msma calña en busca de rollizos bebés para devora. Hoy sabemos que las brujas, como los ogros o los duendes, no existieron más que en los viejos cuentos infantiles. Naturalmente, como en toda leyenda, existe una base real. Hubo muchas mujeres, nada viejas ni repulsivas, que, reprimidas de sus naturales instintos sexuales por la estricta moral imperante, inventaron un mundo paralelo oscuro, mágico y, pro supuesto, desinhibido. Lo que sí podemos asegurar hoy, con la documentación de que se dispone -archivos inquistoriales, viejos informes judiciales...-, es que los verdaderos monstruos, los ogros sedientos de sangre, fueron los cazadores de brujas que tuvieron en sus manos las vida de miles de personas inocentes. Erik Durschmied nos desvela en esta crónica de la historia de las cazas de brujas el inmenso aparato, apoyado por los estados y las autoridades eclesiásticas, que permitía detener a un sospechoso por una simple delación, torturar hasta la muerte con grados de sadismo y refinamiento inimaginables, incautarse de los bienes personales de las víctimas (lo que supuso una nada despreciable fuente de ingresos para la Iglesia( y, finalmente, organizar la ejecución pública mediante la horca o la hoguera. Gracias a este sistema de impartir "justicia", no solo se pretendía acabar con el "problema de las brujas", sino también acabar expeditivamente con los incómodos adversarios políticos y con los llamados herejes, contrarios a la doctrina oficial de la Iglesia.