Benamira es un claro ejemplo de la España vaciada. Hace ya décadas que cerraron la escuela, dejaron la consulta sin médico y clausuraron el ayuntamiento. El cura se quedó sin feligreses, los jóvenes se fueron a trabajar a las ciudades, los viejos se quedaron solos y aislados por falta de transporte público; los políticos se olvidaron de ellos y, poco a poco, todos se marcharon.
Quedó el vacío y el silencio, después de que los únicos vecinos que se resistieron a abandonar su casa dejaran el lugar en el que vivieron sus ancestros.
Esta es una historia triste y con un final previsible, porque donde no vive nadie solo quedan los espíritus, las invisibles sombras de los muertos y los recuerdos de un modo de vida diferente.
Los espectros están ahí, en cada piedra, en todas las vigas que ceden y dejan caer a tierra los tejados de las casas, en los recuerdos de los que emigraron, en la memoria compartida y en los escritos que dejaron algunos para no ser olvidados. Solo ellos, los fantasmas, son los protagonistas y pueden contar la historia de Benamira y de sus gentes.