Apesadumbrado fantasma de nadas conjeturales, el nacido dentro de la poesía siente el peso de su irreal, su otra realidad, continuo. Su testimonio del no ser, su testigo del acto inocente de nacer, va saltando de la barca a una concepción del mundo como imagen. La imagen como un absoluto, la imagen que se sabe imagen, la imagen como la última de las historias posibles”. JOSÉ LEZAMA LIMA (“Las imágenes posibles”)
Volver a Lezama para ofrecer esta suma de secretos, destacando esa “palabra extensiva que va lanzando sus redes, comprendiendo la movilidad de punto que vuela que sostiene al obstáculo”, como decía el maestro sobre Garcilaso. Hechizados por sus imágenes, mágicas equivalencias y acabados conceptuales, acercamos también la mano para inventar pasiones nuevas (o reproducir las viejas con pareja intensidad). Visión epifánica que recorre el laberinto de la ofuscadora claridad de su destino: ser uno de los más grandes escritores de su siglo, máxima encarnación del verbo poético en sus diversas formas artizadas. (Poesía: cinco letras desconocidas, “las letras que están en el fondo y saltan como peces cuando bebemos agua en el cuenco de la mano”).
Comenzar rindiéndole las gracias, reconociéndolo despacio para justificar su renacimiento (prueba irrefutable de la resistencia al tiempo), porque ni “la agonía del convidado clavel/ni el ilusorio círculo de garzas” pudieron silenciar a este configurador de la palabra que llevó la inteligencia a la transparencia, achicando la soledad, superando el pesimismo de las ausencias.
Hay que acercarse con astucia, cautela o resguardo porque posee la mirada de las águilas, la chispa de los dioses y ese cambio rápido de humores que caracteriza a La Habana. Es un sobreviviente de la batalla (que es la vida, que fue su obra), testigo de la desmesurada confusión y dinamia enojosa de una época que llenó de pausas y retiramientos su aristocracia discontinua. (GEMA ARETA MARIGÓ).