En el imaginario social, se ha extendido la idea de que la
expansión global de las Tecnologías de la Información y las
Comunicaciones (TIC) mejorarán las condiciones de vida del
mundo actual. En cierta manera esa afirmación es verdadera,
debido a que las TIC proveen de una serie de herramientas que
permiten alcanzar un sinfín de metas.
Hacia finales del siglo pasado, Castells (1997) afirmó que
en la sociedad actual, la información, el conocimiento y las
TIC, se habían convertido en la fuerza productiva de ese siglo.
Al entrar el siglo XXI, la presencia de estos elementos ha
sido rotunda. En la actualidad son los elementos clave de una
economía global basada en el conocimiento.
Con respecto a las TIC, se ha demostrado que tienen un
potencial transformador para agregar valor no solamente a la
actividad económica, sino también a la organización social y
gubernamental (CEPAL, 2010). Tal es así, que Internet es hoy
en día un derecho para los individuos (OEA, 2011; NU, 2012),
esto es así debido al abanico de posibilidades de crecimiento
que ofrece en los diferentes sectores, principalmente para los
grupos más vulnerables. Por ejemplo, la UNESCO (2017)
afirma que Internet “encierra un enorme potencial para
el desarrollo. Suministra un volumen sin precedentes de
recursos para la información y el conocimiento y abre nuevas
oportunidades de expresión y participación”.