Son pocos los momentos de nuestras vidas en los que nos encontramos con un texto electrizante. Nos da esa sensación de que “¡esto era lo que me estaba perdiendo!”. En el mundo de los nativos norteamericanos, donde la comunicación oral ocupa el lugar de la palabra escrita, esa revelación suele ocurrir cuando escuchamos por primera vez –o comprendemos por primera vez– la historia del origen, la naturaleza y el carácter de nuestra gente. En el pasado, esas narraciones se relataban en las recitaciones ceremoniales que tenían lugar durante los encuentros, para asegurar que se transmitieran a las generaciones futuras. Recuerdo una noche estrellada en Tennessee, hace muchos años, cuando oí la historia tradicional de los orígenes del pueblo cherokee, de la mano de un anciano. Sentía emociones encontradas, que iban de “¿por qué nunca antes había escuchado esto?” (a la vez que me sentía un poco molesto) a una sensación sublime de alivio y resolución, gratificación y gratitud. Después de eso, mi vida cambió; se volvió más reflexiva, “resuelta” y decidida. Sentía como si los ancestros me hubieran hablado a mí.