Que la danza aporta felicidad, bienestar y plenitud a las personas que bailan es, comúnmente, conocido por la sociedad. Desde sus inicios, el ser humano, ha danzado para expresar y comunicar aquello que no podía hacer sólo con palabras. Pero más allá de ser un lenguaje universal, un arte o una disciplina; la práctica de la danza enriquece el desarrollo humano a todos sus niveles: cognitivo, social, emocional y, por supuesto, físico. Sin embargo, esto aún no ha hecho que, a nivel educativo, esté reconocido su gran potencial como recurso, en el día a día de las aulas.

Por ello, y en relación a la fuerte influencia actual de la neurociencia en la educación, existe un incipiente interés hacia la actividad neuronal que se genera cuando se danza. Ambos aspectos, suponen los dos pilares de este trabajo. Por un lado, la neuroeducación permite a los docentes diseñar actividades que respondan tanto a las capacidades como a las necesidades del cerebro que aprende; mientras que la danza puede, no sólo potenciar las conexiones neuronales que se necesitan para establecer el aprendizaje, sino generar emociones positivas en el alumnado que faciliten ese proceso; haciéndolo, además, significativo. Por tanto, ¿por qué no combinar ambas utilizando la danza como un recurso neuroeducativo? Durante el desarrollo del programa que se propone, veremos que la práctica de danza puede potenciar y entrenar las capacidades cerebrales necesarias a la hora de aprender.