Novelista extraordinario, soldado de fortuna, cowboy, marino, comendador de la Legión de Honor, revolucionario y fundador de ciudades, así lo presentaba a sus lectores el periódico norteamericano The Tribune, cuando Blasco desembarcó en el puerto de Nueva York para realizar una gira triunfal por Estados Unidos. Llevaba sobre sus espaldas un agitado pasado: en su juventud había estado en la cárcel por manifestarse contra la guerra de Cuba, pasó tres años en la Pampa argentina y aún tuvo tiempo y ganas, en años sucesivos, para dar la vuelta al mundo en un lujoso transatlántico y para enfrentarse a la Dictadura de Primo de Ribera.
Tantas y tan diversas cuerdas en un solo instrumento llevaron a los críticos a no tomarlo en serio como escritor. Fue etiquetado como fabricante de best-sellers y excluido del cuadro de honor donde figuran los primeros de la clase. Sin embargo, Blasco gozó siempre del favor del público. La fuerza de sus personajes y el dramatismo de algunas de sus novelas le convirtieron, junto a Galdós, en el escritor más leido de su tiempo, en un clásico popular, uno de esos raros autores en los que el lector descubre que detrás de las palabras está la vida.