Françoise muestra un profundo conocimiento de la astrología a través de voces poéticas que parecen venir de otros siglos. La rueda o la “rueca” del zodíaco, como la autora la denomina, pensando en un hilado tal vez, en las redes secretas, biodiversas y convergentes de la vida. La cosmogonía que Françoise ha compuesto tiene rastros de expatriada, de una nómade que no solo ha transitado territorios sino tiempos profundos y lo ha recogido en estas páginas, en estos libros. Ciertos signos inmanentes de Aries, Tauro y los que le siguen: el devenir de la energía en metamorfosis continua del zodíaco devela sentidos, pero nunca su forma final.
Entre luces y sombras la autora describe el rostro y la espalda de cada signo, de personas bifrontes, sujetos hechos carne y neurosis ante el mundo cósmico e inmutable.
Más adelante, en el capítulo Las Casas, Françoise abre para los lectores, campos de experiencia donde se guarecen las energías ya corporizadas y se manifiestan como pueden, como podemos, muy pocas veces como lo deseamos. En “Los ángulos y las minucias” aparecen otras semblanzas que se iluminan con historias y metáforas de todas las sabidurías: de las cartas, del mapeo del alma y los retornos que son, en definitiva, la sincronicidad entre el cielo y la tierra.
Françoise quiere verle el rostro al cielo y adivina para eso rostros de los planetas, los imagina como los imaginaron los antiguos y los relata, los intuye y poetiza. Finalmente, los elementos informan la sabiduría terrena, parecen palpables, casi lógicos. En estos libros se condensa, como solo pueden hacerlo la poesía, las voces milenarias que provienen del tiempo profundo para alcanzar el presente y, tal vez, si es posible, sospechar el futuro.